miércoles, 8 de julio de 2015

La vorágine electoral después del verano

España está de elecciones. Lleva así desde que empezó 2015 y seguirá así hasta que se hayan celebrado las generales, las que de verdad importan. Las elecciones andaluzas, las municipales y autonómicas y las catalanas solamente se perciben para muchos como meros sondeos (muy detallados y caros) para medir el ambiente antes de la batalla decisiva.

Los principales actores ya se están preparando. El PSOE tiene candidato oficial tras un proceso exprés con bandera gigante incluida. Pedro Sánchez encabezará la lista del PSOE al Congreso de los Diputados en Madrid sin necesidad de pelea interna (al menos visible). Ciudadanos también tiene candidato-marca, Albert Rivera (¿quién si no?) y Podemos, que ya ha convocado un proceso de primarias que ha provocado algunas críticas internas por su supuesto caudillismo, no tardará en presentar a Pablo Iglesias como su estandarte electoral (¿volverán a imprimir su cara en las papeletas como hicieron en las Europeas?). Por parte del PP nadie duda de que el candidato será el Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, aunque las voces críticas con su figura dentro de su propia casa empiezan a ser cada vez más fuertes y contundentes.

Todos tienen el mismo objetivo: ganar. Aunque esto no signifique exactamente lo mismo en cada caso. Porque si Rajoy no es capaz de revalidar la mayoría absoluta, o al menos de conseguir una mayoría clara, habrá perdido y sus enemigos en el PP saldrán a por él. Porque si el PP consigue apuntalar su poder sin necesidad de una muleta, Ciudadanos y Albert Rivera habrán fracasado al no poder convertirse en un actor político decisivo. Porque si Podemos no consigue superar en votos al PSOE no conseguirá cumplir su objetivo estratégico de hacerse con la hegemonía en la izquierda española. Y porque si el PSOE no supera a Podemos, Pedro Sánchez no será presidente del Gobierno.

Los primeros datos que ofrecen las encuestas dicen que todo está al rojo vivo. La encuesta de Invymark del mes de junio para La Sexta habla de una victoria mínima del PP que en realidad sería una derrota: el 25.9% de intención de voto. Necesitaría una muleta que podría ser Ciudadanos, pero según el sondeo aún así no sería suficiente: Los de Rivera solamente llegarían al 13,2%. PP y C’s no sumarían más que el 39,1% frente al 46% de la suma de PSOE y Podemos. Pero esa suma es complicada, porque Pedro Sánchez y Pablo Iglesias empatarían cada uno con el 23%.

Si fuera por las preferencias del público, Pedro Sánchez sería el presidente. Siempre según esta encuesta que dice que un 31,1% de españoles le prefiere a él frente a un 20,1% que elegiría antes a Pablo Iglesias. Pero como el sistema político español no es presidencialista cuentan las marcas. Y no estaría claro cual de los dos, Podemos o PSOE, aceptaría ser el socio menor en caso de un empate técnico en el mundo político de la izquierda.

Barómetro de Metroscopia, julio 2015.

El último sondeo de Metroscopia publicado en El País abunda en el mismo escenario: un empate virtual entre PSOE (22,5%) y Podemos (21,5%) con un margen de erros de más menos 3,2 puntos. El PP, por su parte, conseguiría el 23%, lo que, sumado al 15% que conseguiría Ciudadanos no le permitiría gobernar. 

La carrera ya ha empezado. Todos deben necesariamente sumar para despegarse de sus rivales. Al final del camino, ¿conseguirá el PP una amplia mayoría?, ¿quién se hará finalmente con la hegemonía de la izquierda? y ¿quién se presentará al debate de investidura?


Empiezan las ofertas electoralistas

Junto al posicionamiento de los líderes, estamos siendo testigos de las primeras promesas y medidas electorales. Parte del PP parece que está pasando a un discurso algo más progresista ante la ola de izquierdismo que vive el país. Así, por ejemplo, Cristina Cifuentes, la flamante presidenta de la Comunidad de Madrid, y Jesús Posada, el presidente del Congreso de los Diputados, han izado la bandera del arco iris en la semana del Orgullo Gay. Por otro lado, el presidente del Gobierno ha adelantado una bajada del IRPF mientras insiste en que la recuperación económica es una realidad. Rajoy sigue confiando en que los bolsillos, o mejor dicho la expectativa de aumentar sus contenidos, determinen buena parte de los votos y le permitan repetir en La Moncloa.

El PSOE, por su parte, se aferra en que esa expectativa no cuaje entre el electorado y basa su discurso en la denuncia de la desigualdad que está causando la crisis entre los españoles. Mientras los socialistas denuncian la cara amarga del capitalismo, y para cortocircuitar denuncias de radicalismos ideológicos, lo hacen reivindicando los símbolos del Estado y con ello una imagen de centralidad. Es el eterno viaje al centro que nunca se deja de emprender en vísperas electorales.

De eso sabe mucho Podemos, que en su camino hacia la “transversalidad” ya ha tenido que vivir las primeras disensiones internas de un sector que considera que se están traicionando las esencias asamblearias y de izquierdas. Pablo Iglesias tiene claro que la razón de ser y la clave del éxito de Podemos se basa en que permanezcan intactos su imagen y su discurso irreverentes y diferentes frente a los partidos tradicionales, pero a la vez necesita centrar esa misma imagen y ese mismo discurso para atraer al mayor número de votantes del PSOE, fundamentalmente, y ganar así su batalla por la hegemonía de la izquierda. Parece la cuadratura del círculo: ¿se puede ser un rebelde de centro?

Ese es el objetivo de Albert Rivera y de Ciudadanos. Las elecciones municipales y autonómicas del pasado mes de mayo no han supuesto una explosión impresionante de votos a la formación naranja teniendo en cuenta su proyección demoscópica, pero sí la ha puesto en el centro del tablero. Igual que los pactos postelectorales han situado a Podemos en la izquierda con el PSOE como único socio posible, ocupando así el espacio de IU, Ciudadanos juega a dos bandas. Con menos votos, está desempeñando un papel más destacado en la gobernabilidad de ciudades y autonomías importantes, y lo hace sin  hacer ascos a ni al PP, al que permite gobernar en la Comunidad de Madrid, ni al PSOE, al que permite hacerlo en Andalucía.

Sin embargo, tanta centralidad puede resultar complicada para los electores acostumbrados a la confrontación entre derecha e izquierda. Aunque puede resultar práctico no casarse con nadie, también puede restar votos. Los de Rivera se entienden como los luchadores por una España sin corrupción y comprometida con la llamada regeneración democrática, aunque sin especificar exactamente qué supone eso. La pregunta que tendrán que responder a su electorado será si el juego a dos bandas realmente supone una mayor democracia y menos corrupción, o si es simplemente mercantilismo.


Cada voto contará y para ello ninguno de los actores implicados dudará en movilizar todas sus fuerzas y discursos para alcanzar su objetivo. Si la situación política y mediática en España ya es convulsa, después del verano nos espera la vorágine, o lo que es lo mismo, una “pasión desenfrenada o mezcla de sentimientos muy intensos”, como lo define la RAE.

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