sábado, 20 de febrero de 2016

¿Vuelve la ‘splendid isolation’ británica?


The Guardian
El que fue ministro de finanzas canadiense, George Eulas Foster, dijo el 16 de enero de 1896 ante el Parlamento de Canadá –que pertenecía por esa época al Imperio Británico-: “En estos días tormentosos la gran madre patria imperial se mantiene espléndidamente aislada del resto de Europa”. Esta frase tiene 120 años de antigüedad, pero podría haberse dicho este mismo fin de semana, después de que el Gobierno del Reino Unido haya anunciado que el próximo 23 de junio se celebrará el referéndum para decidir si se procede o no al ‘brexit’, es decir, la salida o no del Reino Unido de la Unión Europea.

“Espléndidamente aislada” describe perfectamente la política exterior británica en el S. XIX con respecto a Europa: absoluto desinterés por el viejo continente y abstención en sus enredos diplomáticos. Los británicos se volcaron en sus colonias, en especial en la explotación de la India –la joya de la corona- y en el control de los mares que les comunicaban con ellas. Solamente habría una excepción: que alguno de los estados del continente europeo se hiciera más poderoso que los demás y pusiera en peligro el equilibrio de poder y con ello el control británico de los mares y sus colonias. Los británicos se convirtieron en los garantes del equilibrio de poder entre los estados.

Contra los imperios europeos
Esta política mantuvo a los británicos fuera de Europa durante todo un siglo, con las notables excepciones de las guerras contra los franceses y los rusos. En el primer caso se trataba de luchar contra Napoleón y su imperio, que ponía en peligro el poderío comercial británico, y en el segundo invadieron Crimea para frenar la imparable expansión rusa a costa del Imperio Otomano que pondría en peligro la hegemonía de la Royal Navy en el Mediterráneo. Estos fueron los únicos casos de intervención británica en la política europea durante la época de mayor auge de su imperio, que llegó a dominar un tercio del planeta. El resto de conflictos que vieron actuar a los funcionarios y militares de su majestad fueron coloniales, para preservar el dominio británico del resto del mundo.

Pero esta política tendría sangrientas consecuencias. Siendo fieles a su estrategia de mantener el equilibrio, solamente el auge económico y militar alemán a finales del siglo XIX y principios del XX obligó a los británicos a aceptar una alianza con Francia (su enemiga tradicional) para evitar la hegemonía alemana sobre Europa y frenar sus reivindicaciones coloniales. Las consecuencias fueron dos guerras mundiales y, a partir de 1947, una guerra fría contra la Unión Soviética y sus estados satélites.

Para entonces el Imperio Británico ya no existía y el Reino Unido se había convertido en un auxiliar de los EE UU, aunque manteniendo una posición privilegiada en el conjunto de Europa. Pero a pesar de esta nueva situación geoestratégica, la mayoría de los británicos no aceptaron la pérdida de su posición imperial y mantuvieron sus sospechas ante los acontecimientos del continente. Y esas sospechas dominaban la política.

Europa se reorganiza
Mientras tanto, vencedores y vencidos europeos se organizaron para afrontar la nueva era de reconstrucción y guerra fría. En 1957 Alemania y Francia firmaron el Tratado de Roma junto a Italia, Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo. Era la primera piedra de lo que sería la UE. Apostaron por la cooperación en vez del conflicto y centraron sus esfuerzos en eliminar las trabas al comercio, pero con un objetivo declarado a largo plazo de unidad política.

Esto hizo saltar las alarmas en Londres, ya que de pronto sus dos grandes rivales tradicionales europeos se unían haciendo saltar por los aires una vez más el equilibrio entre estados. Sin embargo, esta vez era más difícil de evitar, ya que las bases de esta nueva hegemonía francoalemana era la cooperación a la que no se podía responder con la violencia, y menos en plena guerra fría y en el marco de la alianza militar de la OTAN.

El Reino Unido tenía que reaccionar de manera diferente a como lo había hecho hasta el momento y lo hizo creando en 1960 la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA). Atrajeron a ella a países próximos al Reino Unido como Dinamarca, Portugal o Austria. La idea era el libre comercio, una zona sin aranceles como la Comunidad Económica Europea (CEE), pero sin el objetivo de la integración política. Este era un objetivo muy poderoso y la EFTA no pudo competir con la CEE. Finalmente el Reino Unido tiró la toalla e intentó integrarse en la CEE, lo que no consiguió hasta 1973 debido al veto de Francia y de su vengativo presidente De Gaulle. Pero lo hizo con condiciones que subrayaban su voluntad de exclusividad: en 1984 Margaret Thatcher consiguió arrancar el llamado Cheque Británico, una cantidad de dinero que se pagaba al Reino Unido de la aportación a las arcas europeas.

Un socio conflictivo
El Reino Unido siempre ha sido un socio diferente y conflictivo en la Unión Europea. No se integró en el Euro cuando pudo hacerlo, y no lo hizo por razones de orgullo nacional a pesar de que en un principio esta actitud perjudicaba su economía ya que encarecía sus exportaciones con respecto al Euro. Esta circunstancia hizo que se debatiera muy seriamente su entrada en la moneda única durante los gobiernos del laborista Tony Blair, aunque ahora se aplauda la existencia de la Libra.

Los británicos también han impedido que la Unión Europea tenga una posición política fuerte en los acontecimientos internacionales más allá de su papel de región económicamente integrada. Para el Reino Unido siempre ha sido más valiosa su alianza estratégica –y privilegiada- con los EE UU que fortalecer el papel de Europa en el mundo, algo que los norteamericanos querrían evitar a toda costa. Así, no es de extrañar que Tony Blair apoyase sin reservas la invasión de Irak en 2003 a pesar de la oposición frontal del eje franco-alemán.


Londres ha tomado la decisión de permitir a sus ciudadanos poder elegir entre permanecer en la UE y con ello apostar por Europa, o por el contrario,  cortar las amarras que la mantenían unida al viejo continente y dejarse llevar por las corrientes del Canal de la Mancha y alejarse aún más en dirección a América.    

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