jueves, 26 de abril de 2018

De bastión a cloaca: el PP de Madrid


Hace diez años la Comunidad de Madrid era el bastión del PP. En pleno auge de la era Zapatero, Madrid era un lugar seguro para los conservadores. Esperanza Aguirre en el Gobierno regional y Alberto Ruiz Gallardón en el Ayuntamiento de la capital (y dos legislaturas antes, en la Puerta del Sol), ganaban por mayorías absolutas, y, sobre todo Aguirre, encabezaba la oposición al Gobierno socialista en La Moncloa. Eran tiempos felices para ese partido en la región madrileña. Controlado por una bicefalia de facto de Ignacio González, con un mando absoluto de la administración, y de Francisco Granados, con el mismo dominio sobre el partido, Esperanza Aguirre, la única por encima de sus dos príncipes enfrentados, era quien asumía el poder total y absoluto. Podía incluso permitirse el lujo de ignorar a la oposición, minimizar hasta prácticamente hacer desaparecer, el control parlamentario de la Asamblea de Madrid. Aguirre sonreía y los medios locales y regionales aplaudían. El dinero corría a raudales. Y los votos se multiplicaban: casi 1,35 millones en octubre de 2003; casi 1,6 millones en 2007 y casi 1,55 millones en 2011.

Los tiempos han cambiado, y mucho, desde entonces. Las últimas encuestas (Celeste Tel, abril 2018) destronan al PP y le sitúan como segunda fuerza política (24,3%) a muy escasa distancia del nuevo favorito, Ciudadanos (25,7%), y del tercero en discordia, el PSOE (23,9%). Un desastre. Un cataclismo que fulminaría la enorme ventaja cuantitativa de los populares en la Comunidad de Madrid, que pasarían de tener 67 diputados en el Parlamento regional en 2007, el año del máximo esplendor, a 34 en 2019. La mitad. Esta es la espada de Damocles que pende sobre las cabezas del PP en estos días. Y el escenario no es optimista.





Del tamayazo al escándalo del máster

Diez años después de ser el bastión del PP en España, la Comunidad de Madrid se ha convertido en su cloaca. Esperanza Aguirre comenzó su reinado en 2003 gracias a un suceso sospechoso, el llamado ‘tamayazo’. Muchos pensaron entonces que, tarde o temprano, este escándalo acabaría alcanzando a sus mayores beneficiarios. Pero 15 años después, los escándalos que han asediado primero, y minado lentamente al PP madrileño hasta carcomerlo se llaman Gürtel, Púnica y Lezo. Corrupción. Supuesto enriquecimiento personal y del partido, aprovechando los años del poder intocable. Un supuesto saqueo de las arcas públicas, acompañado de privilegios personales y una forma de gobernar y entender la política que tenía más en común con el feudalismo medieval que con una sociedad democrática.

Esta forma de entender la vida es la que ha acabado con la figura que el PP había elegido como cortafuegos de este declive. Cristina Cifuentes, una cortesana más del reinado aguirrista de la segunda mitad de los años 2000, fue la elegida para visualizar una supuesta regeneración y distanciamiento del PP con respecto a los desmanes del poder absoluto que estaban siendo investigados por la Justicia. Cifuentes fue escogida, señalada y aupada al trono. Pero a cambio tuvo que apostatar y acusar a sus antiguos compañeros.

Cifuentes se erigió como el “azote de la corrupción”, Granados y González fueron detenidos, y Aguirre tuvo que dimitir de todos sus cargos. La nueva reina parecía todopoderosa, pero un año antes de las elecciones, el llamado ‘fuego amigo’, según Cifuentes, se ha cobrado su pieza. En muchos medios de comunicación se apunta a una venganza de los antiguos compañeros de la corte de Aguirre, que habrían filtrado los pecados de Cifuentes. Al final estas faltas son las que han acabado con ella. No ha sido un gran caso de corrupción, como los que acosan a sus predecesores, o un escándalo electoral. Han sido dos ejemplos de como se ejercían los privilegios sin rubor: un máster supuestamente falsificado y regalado por parte de una universidad pública en 2012, y un hurto en un supermercado en 2011, que acabó sin denuncia en comisaría a instancia, al parecer, de la propia policía. Una manera de entender el poder que la sociedad ya no perdona.



Ciudadanos, un socio ¿cómodo?

Las elecciones de 2015, el estreno de Cifuentes como la gran salvadora del PP madrileño, demostraron que los conservadores se movían en terreno complicado en su feudo: consiguieron poco más de un millón de votos. Uno de cada tres votantes del PP en 2007, el año álgido, había dejado de escoger a esta marca. Adiós a la mayoría absoluta.

La nueva realidad se llamaba pacto. Y el único partido dispuesto a firmarlo se llamaba Ciudadanos. Parecía un socio cómodo. Por un lado, con un discurso crítico, incluso fiscalizador, de las políticas del PP. Pero leal en las votaciones clave. Ciudadanos parecía la muleta perfecta. Con unos 383.000 votos en 2015, podía jugar el papel de atraer el voto desencantado con el PP, pero sin salir de la esfera de influencia de la derecha. Un voto a Ciudadanos parecía un voto en diferido al PP. Pero eso también ha cambiado.

Ahora la que parecía la muleta del PP aspira a intercambiar los papeles en Madrid. Todo el escándalo de Cifuentes debe observarse bajo ese prisma. Todas las miradas y jugadas políticas han estado enfocadas a esperar a ver qué hacía Ciudadanos. La izquierda lo tenía fácil. El PSOE presentó una moción de censura a Cifuentes, apoyada por un Podemos débil y dividido, una medida que se podría llamar ‘win-win’: colocaba la presión sobre Ciudadanos. Si el partido naranja apoyaba la moción, el PSOE gobernaría. Si no lo hacía, los socialistas empezarían a utilizar el mensaje de que Ciudadanos no ha dejado de ser la muleta del PP ni en los momento más avergonzantes de los conservadores, tratando así de frenar el discurso de novedad, regeneración y seriedad de los naranjas, y cortando de paso así el trasvase de votos del PSOE a los de Rivera, e incluso tratando de atraer nuevo votante asqueado con el apoyo de Ciudadanos a un PP podrido.

Cifuentes, por su parte, nunca quiso dimitir. Y como escudo trató de utilizar las mismas debilidades de Ciudadanos que había identificado el PSOE, pero desde el ángulo opuesto: si apoyaban la moción de censura, le estarían regalando el gobierno regional a la “izquierda radical” de PSOE y Podemos. Esto espantaría a muchos votantes de derechas que así, aunque fuera con la nariz tapada, seguirían apoyando al PP. Y si no apoyaban la moción, el PP seguiría gobernando. Esta era también la fórmula favorita de Rajoy y del PP nacional. Comenzaron distanciándose de Cifuentes, pero tras la Convención Nacional en Sevilla, parecía que aceptaban la estrategia de Cifuentes para poner en un dilema a Ciudadanos. Pero las filtraciones, posibles venganzas y guerras internas, han precipitado la salida de la ya ex presidenta y facilitado la posición de Ciudadanos, que nunca quiso apoyar la moción de censura, pero no podía seguir apuntalando un gobierno de Cristina Cifuentes. Ahora seguirá gobernando el PP, pero con otra persona al frente. ¿Pero quién?

El PP de Madrid tiene un problema, y por extensión también lo tiene el PP nacional. Madrid está dejando de ser su bastión. A un año de las elecciones municipales y autonómicas, no tienen un candidato o candidata claro para el Ayuntamiento de Madrid, y ahora tampoco tienen cabeza de lista para la Comunidad. Se trata de una elección muy complicada, cuyo primer capítulo será saber cómo acabará el drama Cifuentes: ¿dejará también de forma ‘voluntaria’ la presidencia regional del PP, un puesto oscuro pero clave, con capacidad de confeccionar las listas electorales?



Mientras tanto, el tiempo pasa y vendrán nuevas encuestas. La última de Metroscopia para El País publicada el 26 de abril: El PP pasa al tercer puesto, con una estimación de solamente 25 diputados, 23 menos que Ciudadanos y ocho menos que el PSOE. Muy lejos de otros tiempos no tan lejanos.
 



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